jueves, 17 de abril de 2014

CAFÉ y LIMÓN
Por un simple accidente nuestra noche amorosa terminó mal, como últimamente sucedía.
Mientras lo miraba prepara café, caminé hacia la puerta escuchando el ritmo de la cafetera haciendo bailar el agua.
Sentada en el auto -impotente ante un nuevo fracaso- no podía con la tristeza que me mordía por dentro.
Manejé sin rumbo. Atontada por el porro fumado hacia un rato, me introduje en las intrincadas callejuelas de la Ciudad Vieja. Sin saber muy bien dónde dejaba el auto lo metí en el primer hueco frente al Teatro Solís.
Caminé como sonámbula por la peatonal, pero sabía con claridad a dónde iba.  Entré al boliche en el cual durante mucho tiempo pasamos interminables noches entre música y amor.
¿Tendría que darlo por perdido? El sabía cuánto me gustaba ese lugar, y que aún lo frecuentaba -sobre todo- después de nuestras peleas. Más de alguna vez había vuelto a buscarme. Si él aun me amaba sabía que podría encontrarme allí.
Acodada en la barra, aturdida por la música, pedí un trago. Estaba lleno de gente y el barman se tomo su tiempo. Cuando por fin me lo entregó, lo llevé a la boca y entonces sentí florecer mis pupilas respirando el sabor del limón.
Por un momento ví a mi amor en la puerta, ví que me llamaba. Apoyé el vaso en el mármol y me acerqué. Pero no era él. La confusión mental me había hecho alucinar.
Exorcizar un amor perdido no es fácil. Volví a levantar el vaso mientras miraba el vacío,  que hasta hacia unos minutos parecía ocupar el hombre de mi vida.
El limón mezclado con el alcohol me quemaba la garganta. El amargo sabor conocido de tantas caipiriñas tomadas junto a él.
La invasión de mi alma por esa tristeza conocida, ocasionada  siempre por su ausencia, esta vez se transformó en dolor; un fuego que me ardía en las entrañas.
La ilusión óptica de su imagen en la puerta volvió a mi recuerdo. No podía y no quería olvidarlo. ¿Cuántas veces había ido y venido en mi vida con esa sensación? Y ahora estaba allí tratando de ahogar mi tristeza con caipiriña.
En cualquier momento acabo mal- pensé. Pedí otra copa. Ya no sentía ese gusto quemante, sin embargo el olor del limón me remordía la nariz. Ésa acidez limonera que me recordaba mi acidez emocional.
Se quedó haciendo café, ni siquiera salió a la puerta, eso soy yo para él, nada más que un café a tomar después- pensé mientras pedía más del mismo trago con limón.
Volví a mirar hacia la puerta. Esta vez no hubo ilusión óptica, sino hueco, oscuridad, y un dolor en el pecho y un vacío negro en el que me sumergí sin darme cuenta.
¿El boliche se me caía encima o era yo la que caía?
Percibí que mientras la gente se acercaba a mí, la música empezó a alejarse, el mundo a desaparecer,  y con el, la tristeza. A lo lejos sonaban sirenas y el piso estaba frío, pero yo no tenía frío. Era el piso, el piso helaba.
Entre tantas caras que me hablaban, nuevamente apareció la suya con una sonrisa. Estaba borrosa pero era la suya, ¿Era la suya?
Las imágenes se iban borrando de a poco y la inconsciencia se apoderaba de mí. Continué viendo su sonrisa hasta hundirme en un vacío negro que olía a café y limón.

3 comentarios:

  1. Hola Artemisa, pertenezco al club de las escritoras, me he dado una vuelta por tu blog y me ha gustado mucho este breve relato, tu manera de escribir. Un abrazo.

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    1. Hola pase por el concurso de abracadantes, tu relato es buenísima, suerte

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