Su vida fue siempre la búsqueda de nuevas
experiencias, le gustaba experimentar. Una de sus amigas decía que coleccionaba
hombres como quien colecciona perlas. Por eso aquella noche bajó del auto en
aquel bar, impulsada por un instinto casi animal.
El grupo “Calle 8” tocaba viejos temas de rock en aquel
boliche. La presa tardaba en aparecer. Con un vaso de cerveza en la mano salió
a fumarse un cigarro a la vereda.
Al rato, estaba apoyada en una mini barra cuando lo
vió, en sí no era nada especial, pero tampoco era feo, y estaba solo. Eso era
buena señal, un hombre solo un sábado de noche significaba caza fácil.
Haciéndose la tonta le hizo una pregunta cualquiera
y enseguida entablaron conversación. En una ciudad pequeña como Montevideo no es raro lo que ocurrió:
ambos compartían profesión, trabajaban en las mismas áreas, por lo tanto tenían conocidos en común.
La intuición de loba en celo le decía que el hombre
no se le iba a escapar.
Él ni por un momento intento alejarse de ella, y le
hacía preguntas mientras cigarro tras cigarro y cerveza tras cerveza la noche
transcurría.
Entraban y salían cada tanto -cada vez que el grupo de
rock hacia un break- y él se le acercaba
cada vez más.
Ahora apoyaba sus manos en su cintura y le hablaba
al oído.
Los efectos del alcohol la estaban poniendo más
suelta, y ya casi segura de su objetivo logrado acercó su boca a la de él,
dibujó el contorno de su boca con su lengua saboreando el gusto de la cerveza
recién tomada.
El se le acerco más y apretó su cuerpo contra ella.
Estaba atrapada entre el hombre y la barra del bar.
Siguieron besándose; las manos de él acariciaban su
cintura. Ella comenzó a sentir un fuego que subía por su entrepierna.
Y por fin la pregunta salió de la boca del hombre: ¿vamos
a otro lado?
Sin contestar se puso el saco y cargó su cartera. Salieron
abrazados por la puerta del bar. Subieron a su auto -ella siempre llevaba a la
presa en su auto- era una manera de mantener el control, y comenzaron la
búsqueda de hotel.
-Sábado de noche, se complica - fue el comentario
del hombre, el cual acariciaba su pierna suavemente.
Finalmente luego de un recorrido no tan largo,
encontraron un hotel pequeño, con nombre rimbombante: Windsor. El nombre contrastaba con lo ruinoso del
lugar, paredes descascaradas, baño sin mampara, ni siquiera una estufa. El techo
alto con manchas de humedad, y la ridícula veladora antigua con un dibujo
estrafalario, completaban el panorama.
Ella pensó: bueno en peores lugares he estado,
Él la abrazó y la besó. Sus manos recorrieron su
cuerpo, la fue desnudando lentamente mientras su lengua la lamía, como si
conociera desde siempre la ubicación de sus puntos erógenos, el lugar exacto.
La llevó a la cama. Ahora, ambos desnudos se
buscaban entre las sabanas.
La loba sentía el fuego subir desde su pelvis, sin
embargo al tocarlo no lograba que el cuerpo de él le respondiera.
Pasaron largo rato entre caricias y besos. Nada. No
había erección, el pene flácido en sus manos, el pene flácido en su boca, el
pene flácido no entraba en su vagina.
-Ahora si que estoy jodida, ni esto me sale bien-se
dijo entre dientes.
El hombre trataba de satisfacerla. Por un rato eso
le gustó pero finalmente ya estaba hastiada de las manos del hombre.
La loba necesitaba un lobo, no un pene flácido.
Ya sentía nauseas y el cuerpo a su lado la molestaba.
Hubiera querido tener un “teletransportador” para volar de allí, y no podía, no
lograba separar las manos del hombre de su cuerpo, pero tampoco podía hacer entrar
aquel hombre en el suyo. Lentamente la desazón se apoderó de ella.
La loba había sido convertida por ese medio hombre
en una pequeña cachorra, que solo podía ser abrazada y besada. Ella se debatía entre
esos besos, no era una lobezna, era una loba.
Cuando logró separar su cuerpo del suyo, se fue al
baño, se lavo, se vistió y salió corriendo por la puerta, dejando atrás al
Windsor, su triste pobreza, y su pene flácido.
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